«Con el extremo de su corta capa azul, Anistomís se secó el destello de unas lágrimas que desde los ojos miraban furtivamente a la existencia, cuando su imaginación la devolvió a las veredas entre los maizales que cruzaba de vuelta a casa, con los pedazos de la tablilla que depositaría en la alacena de piedra»
De Las Cuevas de Haydrahodahós